Ante lo sucedido en la
casa, Miguel, hijo de María, presa de pánico junto con sus padres, procedió a
picar el rostro que en el suelo de la cocina había aparecido. Pero poco unos
meses más tarde, concretamente en Septiembre de ese mismo año, hacía aparición
otro muy parecido al anterior. Esta vez la familia lo tomó con más filosofía y
extrajo el rostro aparecido en el mismo lugar que el primero y lo colocó en la
pared de la cocina con un cristal cubriéndolo a modo de cuadro.
En el lugar donde
apareció la última cara, Miguel acompañado por el maestro de obras del
Ayuntamiento de Bélmez de la Moraleda, excavó un foso en la cocina de la casa
de 2’80 metros de profundidad por 1’50 de diámetro. El pensamiento unánime de
todos los asistentes, era encontrar fotografías enterradas, que creían que
podrían ser las causantes de la emulsión de las imágenes.
Pero la verdad es que
sólo encontraron numerosos huesos en el subsuelo de la casa de María, que en
conjunto con la vivienda contigua y parte de la Iglesia, formaban parte de un antiguo cementerio.
Al poco tiempo, tras
enlucir el suelo de nuevo con cemento, concretamente el 10 de septiembre de
1971, nuevos rostros hicieron aparición en gran número, esta vez en torno a uno
central más imperfecto y difuminado.
La verdad es que
tampoco tuvo tiempo de esclarecerse demasiado, porque el joven Miguel aterrado
por la aparición de estos rostros procedió a picarlos dejando los fragmentos
junto a la pared del fogón, lugar donde han estado hasta hace muy poco.
Pero ocurrió lo
esperado. Los rostros, volvieron a hacer aparición en el suelo de la cocina. Se
podían distinguir rostros femeninos y masculinos, con trajes y desnudos.